10.8.08

Timidez

Hará unos diez años, entrevisté a un escritor por entonces de una tímida fama. La entrevista fue por teléfono. No lo conocía personalmente. El caso es que apenas lo llamé y él contestó, sucedió que el hombre era tartamudo. Nadie me lo había advertido. A mí me interesaba la entrevista de modo que hice mi mayor esfuerzo para no atropellarlo con interrupciones mientras la conversación se tornaba francamente en una incomodidad terrible. Su problema parecía agudizarse con cada nueva pregunta. Opté entonces por limitar mi cuestionario a lo básico y excluí cualquier pregunta que lo llevara a seguir multiplicando por minutos las sílabas de una sola palabra. Terminada la entrevista, le comenté el episodio a la chica que trabajaba a mi lado. Ella, que llevaba años escribiendo de escritores, abrió unos tremendos ojos y se puso a reír. Hasta donde ella lo conocía, y decía conocerlo bien, mi entrevistado no tenía ningún problema de tartamudez. El personaje, según ella, se habría reinventado a sí mismo como tartamudo como imagen pública. ¿Por qué? No tengo la menor idea. Sólo sé una cosa: le creí cada palabra que me dijo. Su titubeo exasperante, sincero o falso, no me dio espacio para desconfiar. Mi compañera de escritorio, en cambio, no titubeó y también le creí.

Lo usual es ver la timidez como un atributo, una cualidad incómoda que otras personas suelen a veces felicitar. Pero también se la puede ver como un instrumento, como una herramienta al servicio de un propósito. Yo nunca lo había pensado así. La oportunidad me la ofreció esta carta que aparece hoy en el New York Times. Un lector escribe que la imagen de timidez de la pianista argentina Martha Argerich no es más que una estrategia. Durante tres años, hace ya tiempo, me tocó reportear para la sección de música clásica en un suplemento de espectáculos. La timidez de la Argerich era un tema trivial y recurrente. La argentina tenía fama de rehusar sistemáticamente ofrecer recitales como solista y la respuesta era siempre una sola: es que es demasiado tímida, la soledad frente al público la atemoriza. Uno encontraba esta historia en las carátulas de sus discos, en las crónicas que se escribían sobre ella y en las conversaciones de los propios pianistas. Y nadie lo ponía siquiera en la más mínima sospecha: Martha Argerich, pianista de virtuosidad incuestionable, era genuinamente tímida.

El autor de la carta en el Times de hoy cuestiona toda esa supuesta timidez. Cuenta que conoció a la argentina hace cuarenta y cuatro años en Bruselas, un año antes de que ella ganara el Concurso Chopin en Varsovia. La recuerda entonces como una mujer frontalmente agresiva, que no exhibía titubeo alguno sobre el escenario. Su timidez, dice, habría aparecido después, como una maniobra inteligente de la que comenzó hacer uso cuando el nuevo repertorio de los pianistas se convirtió en un territorio peligroso.

Uno, por supuesto, puede preguntarse qué propósito persigue el señor de la carta con esa carta, qué lo motivó a oficiar de detective y proponerse desenmascarar a la pianista. Y preguntarse luego qué es lo que quiere desenmascarar. ¿Mostrar que la timidez es también un instrumento? ¿Revelar que en la pianista es un artificio deshonesto? El problema allí es que defender la sinceridad como sinónimo de improvisación equivaldría a confundir anticipación con cinismo. Tocar el piano y hacer gala de timidez quizá sean para la Argerich la ejecución de un único espectáculo. No estoy diciendo que la pianista invente esa cualidad (no hay manera de saberlo). De hecho, en rigor el tema no es la timidez. El tema es la cualidad que la acompaña, la cualidad que impulsa a la pianista --igual que al supuesto falso tartamudo-- a poner en escena ese atributo.

Imagen: Jean Arp. Sin título más ésta descripción: "collage con cuadrados en arreglo según las leyes de la oportunidad." © 2008 Artists Rights Society (ARS), New York / VG Bild-Kunst, Bonn

***


Posdata 7 de julio, 2012:




3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me interesa la palabra timidez y su traducción en ingles. Para mi oido norteamericano, la palabra timidez parece más fuerte y casi siempre más negitiva que la palabra "shy" en ingles. A veces quiero decir que soy timido (porque es verdad), pero en español parece que estoy confesando un pecado grave. En ingles, decir "I'm shy" no es tan serio. Tal vez porque tenemos tambien "timid" que para mi, si, siempre tiene una connotación de inseguridad, mientras que "shy" puede ser mas neutral.

Andres Carozo dijo...

Hola Pedro, llegué a tu blog recomendado por un amigo (Eduardo Matamala). Me pareció interesante buscar en un escritor coterráneo una orientación para dar el primer paso en el oficio literario. Dese una vueltesita por mi blog y opine, le va a gustar: http://kabezamenguante.blogspot.com

Anónimo dijo...

El viejo Freud confiaba en un evento pasado y su relación con un mito más viejo, para el viejo Borges bastaba un espejo y otra cosa...Usted supone una cualidad, una...y un qué perseguido de la carta con esa carta...uno...insisto en que no tiene que ver con nada...pero pensando en los problemas de la comunicación intercultural di con una broma...Averroes revisando la Poética y encontrando sátira...quién sabe si en vez de sus lecturas hubiese leído la segunda Poética, esa que se perdió irremediablemente en el incendio de una abadía de la que no encontré el nombre en 297 páginas...ló único que queda es una referencia, no sé que tenga que ver con espejos ni con Freud...Eco, 1980