17.12.07

Homero ingeniero














Dibujo de Ann Woodward para
"Jungletown TV On-the-Air", 1975
(en Barlow, ed.: "Studio as Study."
Performing Arts Journal, 71, 2002, p. 8)

A
PROPÓSITO DE MONTAIGNE, me quedé pensando en qué otros autores, qué otros libros podría situar bajo esa categoría tan difícil: el de un libro tranquilo y al mismo tiempo fundamental turbulento, capaz de remover o resituar las cosas que uno asume naturales, incuestionables. Y no estoy pensando en cosas especialmente importantes. Busco ejemplos en mi historia personal [anterior a Nueva York, lo de después es historia aparte] y encuentro éste, abierto y boca abajo, en mi escritorio: Eric Havelock, Prefacio a Platón (Visor, Madrid, 1994).

¿Podrá un especialista en estudios clásicos corroer y modificar las creencias de sus lectores? No lo sé. En mi caso, Havelock me hizo replantear todo lo que yo creía acerca de los libros (y de otras muchísimas cosas).

Su lugar de partida, esta pregunta: ¿Por qué a Platón le provocaban tanta repulsión los poetas? De acuerdo. Supongamos que no los detestara, excluyamos las vísceras. ¿Por qué entonces no los quería cerca? ¿Por qué sugería mantenerlos bien lejos de las escuelas? ¿Por qué abogó con tanto énfasis su exclusión de la República?

El hallazgo argumento de Havelock puede leerse más o menos así: los poetas eran tremendamente peligrosos. Y lo eran no por subversivos sino por todo lo contrario: por el exceso de poder del que gozaban en un mundo sin alfabeto, un mundo radicalmente conservador. La poesía, muestra Havelock, era tecnología en estado puro: un dispositivo para la retención del conocimiento, maquinaria pesada para la transmisión del saber sin alteraciones. Y la idea de Platón era echar abajo ese sistema, despejar el escenario, barrer los restos del viejo conservadurismo e imponer en él esa tecnología entonces novísima: el alfabeto. La cuestión no era la tecnología en sí sino las transformaciones a que daría paso su uso: el mundo de la escritura. Y más aún, las consecuencias radicales de ese uso sobre la manera de pensar.

Llegué a este libro por una referencia en un texto de Rafael Echeverría (Ontología del lenguaje), referencia a su vez de Pablo Villarroel. Lo leí en un ejemplar pedido en préstamo en la Universidad Católica en Santiago. Para conseguirlo --por entonces, yo era estudiante de la Austral, en Valdivia--, me beneficié del carné de Fabiola (ya novios en ese tiempo, ella descuartizaba ratones, a veces, para su doctorado).

Prefacio a Platón queda incompleto sin un trabajo posterior de Havelock: La musa aprende a escribir (Paidós, Barcelona, 1996). Es un librito de menos de doscientas páginas, donde el autor británico resume, con sencillez, tranquilidad y en un vocabulario del todo accesible, treinta años de investigación apasionante sobre el mismo tema: ¿pensaríamos diferente si no existiera el alfabeto?

Cuando elegí qué libros traerme de Chile (hace ya casi cuatro años), éste fue uno de los primeros. Lo tengo ahora en el escritorio, al lado de Montaigne. Lo más curioso, sin embargo, es que lo siento ahora como una pieza de museo, un insecto disecado en el insectario. Ocasionalmente saco el bicho de su nicho y es como estar ante esas fotos de la infancia recuperadas de algún lugar remoto: su momento y el mío no tienen ya casi nada en común.

[→ Addenda 19.01.2010, sobre notas del periodo original]

4 comentarios:

punto dijo...

No estoy seguro del aporte del Platón, es decir, en palabras de Dawkins, es un 'mème' que ha logrado copiarse y eso basta. Sabemos, por Kuhn, que está presente en el pensamiento de Copérnico, en la noción de 'modelo' de la epistemología de la física, en fin en todo aquello que condena el simulacro, la idea.
En "La Proposición del Fundamento", los prologadores de esas conferencias tardías de Heidegger, celebran que el autor haya dicho que antes de Platón no había proposiciones sino palabras, en ellas no era posible, según se puede leer, echar a corree un proyecto tan ambicioso como el pensamiento.
No estoy seguro que Patón hablara específicamente del alfabeto, tiendo a creer, que era el mal menor frente a la poesía mimética, pero ausente de simulacros (Deleuze) y por tanto era sólo una concreción no exenta de esa perecibilidad que tanto asustaba Platón cuando quería hablar, perdón, proponer, la Idea.
Esa idea, de Havelock, del poder sin alfabeto es curiosa si se mira en perspectiva, uno podría pensar que la constante es el poder, y cómo dice Flusser, lo que cambia es el código. Un ejercicio para mirar eso es la propuesta de la 'Esperanza de Pandora'de Latour, quien sugiere que 'la mente en una cuba' provino desde esos tiempos griegos y fue recibiendo nuevos aportes en su supuesta búsqueda de solución a preguntas humanas nunca respondidas ( es una interpretación libre, pero recordemos que Latour menciona como uno de los mecanismos evitados el poder de la Masa, y Masa de cuerpos todavía asusta a cuantas abuelas se les pregunte)
Creo que la lectura establece, lamentablemente, como lo hizo la vida, condiciones para que no exista otra posibilidad(Teoría Gaia), de allí que escribir sobre escritura sea tan complejo y padezca del principio de incompletitud al inicio...Creo que al leer la lectura, no podemos tampoco obviar el principio antrópico.
Para no seguir diciendo sandeces, diré que creo que Platón desconfiaba de un conservadurismo inscrito en los genes, una naturaleza que ahora nos es extraña y que tratamos de recobrar leyendo...los paroxismos de la ritmicidad mimética no permitían nítida idea, pero obviar el cuerpo no parece la mejor solución. Habrá que esperar como dice Jung a que la conciencia viva lo suficiente para decidir si fue adaptativa...no lo veré, y como sigamos haciendo al planeta lo de costumbre, la repuesta se torna más fácil.

PG dijo...

Eso del simulacro... ¿no era de Baudrillard?

punto dijo...

Hay algo que fuera de Baudrillard?

punto dijo...

Deleuze, Gilles.1994. Lógica del Sentido. Barcelona:Planeta-Agostini.