31.1.08

Secretos bajo llave

Aquí está don Valentín Teitelboim [con sombrero, sin bigote] en 1970.
Yo nací 37 días después de esta foto.


SE MURIÓ Volodia. Justo ayer nos agarramos con la Fabi a propósito del escritor. Yo me preguntaba por la [presumible] tonelada de secretos que se llevaría a la tumba. Y ella saltó en defensa de esos secretos: el hombre se había comprometido a no hablar y no habló. O mejor. Adoptó un compromiso como verdad y mantuvo su palabra. Eso decía ella. Por supuesto, el secreto defendido era Bunster. Pero en realidad yo pensaba en otro tipo de secretos. Secretos políticos. Secretos que, de existir y hacerse públicos, tuvieran la repercusión del secreto Bunster. Pero ya no en el nivel de una persona sino en el de un país. Secretos que obligaran a redefinir la identidad, que obligaran a reconstruir los vacíos, las dudas, los silencios y replantear todo un enmarañado de mentiras sostenidas con disciplina durante medio siglo o quizá más. Darío Osses le atribuye a Gonzalo Rojas este exceso: sin Volodia, el Chile del siglo veinte no se entendería. Ese elogio a primera vista es un despropósito. Aunque, claro, si uno lo piensa bien, el secreto Bunster es quizá mucho más que una metáfora de los secretos que desconocemos. Quizá de verdad haya mucho de Volodia en nosotros mismos. Comenzando por la realidad de nuestro verdadero nombre y la necesidad de inventarse otro, una identidad más a la medida de nuestra imaginación. Él mismo no se llamaba Volodia. Su nombre era Valentín.

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