21.12.07

An American Experience


QUEDAN DIEZ DÍAS para el fin de un año incómodo, extraño, miserable y, en muchos sentidos, el más rico de nuestra experiencia en los Estados Unidos. Ya tenemos fecha para el regreso: 2009. Comienza un año de maletas. Me encanta hacer maletas. Y me encantan los aeropuertos, los terminales de buses, las estaciones de tren.

Podría resumir mi propia experiencia americana en esos dos extremos: el tren y el aeropuerto. He pasado buena parte de estos casi cuatro años en algún vagón de New Jersey Transit, camino a Manhattan o de regreso a Linden, la ciudad dormitorio (un amigo sugería que no me quejara, que no olvidara que en Santiago vivía en Quilicura y que al menos Linden era el dormitorio de una ciudad con historia). The past is a foreign country. Estados Unidos ha sido, para mí, una especie de extrañísimo viaje al pasado. [...]

¿Un año miserable? Me resisto a un balance quejumbroso. Tengo vista nueva y 270 mañanas de ceguera parcial en la frente, dos mil horas de sala en la espalda, evaluaciones para levitar, crisis de identidad profesional (los episodios de rutina), vacaciones obligadas desde agosto, el presupuesto reducido a la mitad, la vista incontinente y millones de libros.

The past is useless. That explains why it is past.*

[Una confesión absurda. Soy habitué activo (con carné y todo) de al menos cuatro bibliotecas: la Pública de Nueva York (en especial, la de Madison con la calle 34, donde están los textos de historia de la ciencia y algunos libros con colecciones de patentes); la del Instituto Cervantes (en Amster Yard, donde soy profesor; aquí aprendí que no existe una sola palabra abstracta, la lengua es completamente visual; está a dos cuadras de Naciones Unidas y tiene la más completa colección de cine en español en todo Manhattan); la Firestone Library (en Princeton, a una hora en tren... al sur, muy ocasionalmente, para meter la nariz en los cuadernos de Vargas Llosa y compañía); la de mi primera ciudad, West Orange (perfecta para los chicos, los niños, todo el mundo allí siempre sonríe y si entrego algo tarde dicen que el error tal vez fue de ellos); y, por supuesto, la de Linden (a tres cuadras de mi casa, bien equipada aunque, excepto dos o tres excepciones, atienden como las pelotas).]

¿Qué sentido tiene comentar esta estadística ridícula? No estoy seguro. Quizá el hecho de encontrar el cofre oculto en un lugar que no hace ostentación de esas riquezas. A Estados Unidos más bien le agrada hacer gala de lo opuesto: la exaltación del mérito lejos de los libros (con el detalle de que Estados Unidos es mi manera más cómoda de simplificar trescientos millones de casos). Además, éstas son razones exteriores, justificaciones para algo que es más bien una inclinación personal, un vicio. [La observación es también injusta y totalmente inexacta si pienso en mis amigos estadounidenses.]

Otra confesión, menos incómoda. Me he hecho de una oficina privada (para mis clases particulares, por las que he aprendido a cobrar el triple de lo que un siquiatra en Chile) en el lugar más exquisito de Manhattan: el tercer piso de Barnes & Noble en Union Square. ¿Costo por hacer uso de ese espacio? Un café.

Llego a la conclusión parcial de que hablar de libros es una especie de refugio, mi excusa --muy mala excusa-- para evitar hablar de eso otro universo, el de verdad. Pero éste ha sido intensamente un año de libros.


Es tarde. Casi amanece, la nieve se ha hecho barro. Tenemos refrigerador nuevo.

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La foto:
Jarrón de la
Dinastía Han con el logo
de la Coca-Cola,
Ai Weiwei, 1994

La frase:
* Wright Morris, Cause for Wonder,
University of Nebraska Press, 1978, p. 53

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Posdata 24 de diciembre, 2010:

Hace unos minutos di con esta canción (Alicia McGovern, 'So many songs'). Me recordó esta entrada.

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