10.2.08

Sólo seguía órdenes


El malestar de Hannah Arendt: en los juicios contra los criminales de la Alemania nazi, decir que sólo se siguieron las órdenes de un superior mostraba ser un argumento demasiado banal. Detenidos políticos en Chile después del golpe militar.

H
AY ALGO DESCONCERTANTE en las personas que han participado en crímenes de guerra. Cuando se tiene la oportunidad de mirarlos a la cara, de oírlos hablar, se comprueba que esa cara, esa voz, podrían ser las de un vecino cualquiera. Alguien demasiado 'normal'. Esto fue lo que más le chocó a Hannah Arendt cuando cubrió en Jerusalem el juicio a Adolf Eichmann para la revista New Yorker. Eichmann, el criminal nazi responsable de ejecutar el traslado de varios millones de judíos hacia los campos de concentración, finalmente resultaba un sujeto ordinariamente banal. Durante el juicio, Eichmann insistió una y otra vez el mismo argumento en su defensa: sólo seguía órdenes. Sus superiores habían abusado de su obediencia.

Estos días ha sido tema de debate en Chile el caso de un general de ejército que ha hecho un insistente uso público del argumento de Eichmann. Pero su historia es otra [no enfrenta ninguna sentencia condenatoria]. En octubre de 1973, Gonzalo Santelices, por entonces un subteniente de veinte años, recibió una noche la orden de trasladar en un camión a un grupo de prisioneros políticos y llevarlos a un lugar apartado de la ciudad: la quebrada Way, en Antofagasta. Santelices presenció el fusilamiento de los catorce prisioneros. Las luces de su camión se utilizaron para iluminar la escena. Luego. recibió la orden de recoger los cuerpos ('destrozados') y llevarlos a la morgue. Esa noche --según relata en esta entrevista que publica hoy El Mercurio-- recuerda haber hecho una "oración silenciosa" por los fusilados allí mismo frente a los cadáveres. Después, rápidamente habría buscado a un sacerdote para confesarse [este dato y su fervor religioso han sido puestos con énfasis en la mesa por el propio Santelices].

Es justamente aquí, en esta parte de su relato, donde el subordinado de Pinochet prueba la hipótesis de una diferencia con el subordinado de Hitler: asegura que si él hubiera sabido que las personas que él transportó iban a ser fusiladas, habría desobedecido. Transcribo el diálogo (las preguntas son de Mauricio Carvallo):
—Usted señala que era casi un niño entonces [1973], pero si 15 años después le hubiesen dado la misma orden, ¿la hubiese obedecido?
—La orden de trasladar prisioneros no tiene nada de ilegal, y tengo que cumplirla.
—¿Y si se hubiese dado cuenta de que serían fusilados?

—A lo mejor serían 15...
—¿Pese a sus 20 años podría haber hecho algo?—No, no podía hacer nada; pero a lo mejor los muertos habrían sido 15.
—¿Y después qué habría hecho en esa misma circunstancia?
—No habría obedecido por ningún motivo.


Obedecer o no obeceder...

Lo que dice Santelices podrá ser sincero, pero tiene dos problemas. Primero, sólo se trata de una hipótesis (con una probabilidad de realización igual a cero). Y dos, sólo se trata de palabras. Por eso su caso trae a colación la misma pregunta que provocó Eichmann: si este señor finalmente pareciera ser alguien banalmente ordinario, hasta qué punto puede llegar, en los hechos, alguien normal, la gente común y corriente, a la hora de recibir órdenes.

Esta fue la pregunta que intentó dilucidar el sicólogo Stanley Milgram en sus controversiales experimentos sobre obediencia a la autoridad. Esos donde personas común y corriente soltaban descargas eléctricas de hasta 450 voltios sobre otro simplemente porque alguien --una autoridad científica-- se los estaba ordenando. ¿Hasta dónde puede llegar alguien que recibe órdenes de este tipo? El hallazgo fue increíble. La gran mayoría llega hasta el final. En el caso del experimento, dos tercios de los cuarenta voluntarios estuvieron de acuerdo en aplicar descargas eléctricas de un voltaje con consecuencias letales para el que los recibía (a los voluntarios se les hizo creer que se investigaba la posibilidad de que los castigos a respuestas erróneas mediante descargas eléctricas podrían mejorar la memoria del sujeto en cuestión). Varios expresaron objeciones a aplicar las descargas más severas a la víctima, que gritaba y hasta suplicaba que se le retirara del lugar por el dolor que estaba experimentando (era un actor, pero esto los voluntarios no lo sabían). Sin embargo, cuando se les ordenó que siguieran con el experimento, obedecieron. Abajo va un video, con subtítulos en español, que trata grosso modo sobre el primero de los experimentos ...



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