13.4.14

Todo

Entrevistan en la tele a un señor a propósito del incendio en Valparaíso. "Lo perdimos todo", dice. "Lo único que salvamos fue el perro, el gallo, el canario y el conejo."

26.11.09

Horóscopo

New York Post [?] diciembre 2008

Le tomé una foto a este recorte el año pasado, en un asiento del tren de Manhattan a Nueva Jersey. At the end of the week, resulta que estoy en Valdivia y una bandurria se tuerce de la risa en el patio.

1.9.09

Destino manifiesto


















Aviso de vinos en la revista Zig-Zag, 1933. Biblioteca Nacional (Chile)



Este blog se llamó en algún momento «Historia personal de lo inútil». Abandoné ese título después un poco porque comenzó a hacerme sentir incómodo y otro poco porque uno cambia. En su origen tenía sentido. El blog era por entonces una especie de fichero o libreta donde me proponía evitar enviar a la basura cosas que encontraba por ahí y que no tenían cabida alguna en mi trabajo. Me pagaban (y me siguen pagando) por exactamente lo contrario: por cosas útiles. Números, historias, aparatos, alternativas de decisión. El problema era el material sobrante. Y de modo más particular, esa parte terca de la exclusión, resistente a desaparecer y resistente a servir. Hechos residuales que parecían no calzar en la utilidad de nada. Y que, sin embargo, desistían a inmolarse en la incertidumbre como desechos. Fui reuniendo así, entre otros desprecios, una colección de preguntas susceptibles de esa cualidad.

¿Y todo esto a pito de qué? De que encontré el otro día una de esas preguntas. Un ejemplar para plaza pública. La pregunta es por qué los pájaros no orinan (Problemata Aristotelis, redacción modificada, la documentación es de Ann Blair).

¿De verdad no hacen pichí los pájaros? El librito en el que aparece la inquietud estaba abiertamente destinado a ser útil. Una especie de manual de medicina, para uso de todos, que comenzó a circular profusamente en Europa desde los años cercanos a los paseos de Colón hasta bien entrado el siglo veinte. [Se vendía, por lo visto, como pan caliente. En algunos lugares, lo comerciaban los mismos que vendían relicarios, silabarios y recetas para evitar impuestos]. Sin perder tiempo, el libro invocaba en las primeras líneas a «[lo que] todos naturalmente quieren saber». Enseguida venían trescientas ochenta o más o menos preguntas (problemas) con sus respuestas, derivadas, se decía, de Aristóteles y toda la crema y nata de los doctores que le han secundado desde entonces. Las inquietudes eran del tipo 'por qué uno bosteza cuando ve a otro bostezar' (la respuesta era que por imaginación). Las sucesivas ediciones del librito habían ido añadiendo o eliminando inquietudes, según el gusto de la época. La pregunta del pájaro es la número 330 en la edición de Edimburgo de 1595.
Los pájaros no hacen pichí. Sobre eso no había duda. La respuesta era mejor. Se indicaba que, como todos saben, lo superficial es basura y eso explica por qué los fluidos superfluos se convierten en orina. La excepción peculiar eran los pájaros. En vez de transformar el líquido inútil en meao, lo convierten en plumas. Por eso no orinan. Cagan pero no mean. Y vuelan.

Nota del sommelier: En ausencia de un original Concha y Toro de 1933, una alternativa joven menos ampulosa ideal para esta sobremesa puede ser el sauvignon blanc de Nueva Zelanda Cat's Pee on a Gooseberry Bush (da lo mismo el año). Según el decir de un entendido: «It's amazing what a little can do».

10.8.08

Timidez

Hará unos diez años, entrevisté a un escritor por entonces de una tímida fama. La entrevista fue por teléfono. No lo conocía personalmente. El caso es que apenas lo llamé y él contestó, sucedió que el hombre era tartamudo. Nadie me lo había advertido. A mí me interesaba la entrevista de modo que hice mi mayor esfuerzo para no atropellarlo con interrupciones mientras la conversación se tornaba francamente en una incomodidad terrible. Su problema parecía agudizarse con cada nueva pregunta. Opté entonces por limitar mi cuestionario a lo básico y excluí cualquier pregunta que lo llevara a seguir multiplicando por minutos las sílabas de una sola palabra. Terminada la entrevista, le comenté el episodio a la chica que trabajaba a mi lado. Ella, que llevaba años escribiendo de escritores, abrió unos tremendos ojos y se puso a reír. Hasta donde ella lo conocía, y decía conocerlo bien, mi entrevistado no tenía ningún problema de tartamudez. El personaje, según ella, se habría reinventado a sí mismo como tartamudo como imagen pública. ¿Por qué? No tengo la menor idea. Sólo sé una cosa: le creí cada palabra que me dijo. Su titubeo exasperante, sincero o falso, no me dio espacio para desconfiar. Mi compañera de escritorio, en cambio, no titubeó y también le creí.

Lo usual es ver la timidez como un atributo, una cualidad incómoda que otras personas suelen a veces felicitar. Pero también se la puede ver como un instrumento, como una herramienta al servicio de un propósito. Yo nunca lo había pensado así. La oportunidad me la ofreció esta carta que aparece hoy en el New York Times. Un lector escribe que la imagen de timidez de la pianista argentina Martha Argerich no es más que una estrategia. Durante tres años, hace ya tiempo, me tocó reportear para la sección de música clásica en un suplemento de espectáculos. La timidez de la Argerich era un tema trivial y recurrente. La argentina tenía fama de rehusar sistemáticamente ofrecer recitales como solista y la respuesta era siempre una sola: es que es demasiado tímida, la soledad frente al público la atemoriza. Uno encontraba esta historia en las carátulas de sus discos, en las crónicas que se escribían sobre ella y en las conversaciones de los propios pianistas. Y nadie lo ponía siquiera en la más mínima sospecha: Martha Argerich, pianista de virtuosidad incuestionable, era genuinamente tímida.

El autor de la carta en el Times de hoy cuestiona toda esa supuesta timidez. Cuenta que conoció a la argentina hace cuarenta y cuatro años en Bruselas, un año antes de que ella ganara el Concurso Chopin en Varsovia. La recuerda entonces como una mujer frontalmente agresiva, que no exhibía titubeo alguno sobre el escenario. Su timidez, dice, habría aparecido después, como una maniobra inteligente de la que comenzó hacer uso cuando el nuevo repertorio de los pianistas se convirtió en un territorio peligroso.

Uno, por supuesto, puede preguntarse qué propósito persigue el señor de la carta con esa carta, qué lo motivó a oficiar de detective y proponerse desenmascarar a la pianista. Y preguntarse luego qué es lo que quiere desenmascarar. ¿Mostrar que la timidez es también un instrumento? ¿Revelar que en la pianista es un artificio deshonesto? El problema allí es que defender la sinceridad como sinónimo de improvisación equivaldría a confundir anticipación con cinismo. Tocar el piano y hacer gala de timidez quizá sean para la Argerich la ejecución de un único espectáculo. No estoy diciendo que la pianista invente esa cualidad (no hay manera de saberlo). De hecho, en rigor el tema no es la timidez. El tema es la cualidad que la acompaña, la cualidad que impulsa a la pianista --igual que al supuesto falso tartamudo-- a poner en escena ese atributo.

Imagen: Jean Arp. Sin título más ésta descripción: "collage con cuadrados en arreglo según las leyes de la oportunidad." © 2008 Artists Rights Society (ARS), New York / VG Bild-Kunst, Bonn

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Posdata 7 de julio, 2012:




27.6.08

Mínimo común

Esto no tiene nada de especial: le tengo miedo a las alturas. Lo menciono porque un amigo, del que no sabía nada desde hace por lo menos quince años, me encontró en Facebook y me saluda así: "Oye, píter, de verdad que trabajai para la nasa?" La pregunta me alegró la mañana. Después me quedé preocupado. Y es que de verdad que ando como en las nubes. Cuando chico solía soñar que volaba. Era un sueño intenso, vívido, muy realista, en capítulos. Primero, me elevaba medio metro desde el pavimento en la calle afuera de mi casa. Después, superaba el techo y veía los postes de luz desde arriba. Veía con nitidez los cables del tendido eléctrico, las calles que se adelgazaban, el barrio, todo Ovejería, la línea del río Rahue en Osorno. Era un sueño exquisito. Pero una vez llegué hasta las nubes. Eran como tuberías de hielo quebradizo, como una colección de nidos de arañas de rincón.

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Tengo una alumna privada que es sicóloga. Me reúno con ella los jueves, en un café de Union Square, en el tercer piso de la librería Barnes & Noble. Es mi excusa para disfrutar ese lugar. La semana pasada, después de la clase, pasó a mi lado Salman Rushdie. Estaba allí para presentar su último libro. Por supuesto me quedé. El único espacio desocupado era un pasillo en la sección de textos de diseño gráfico. Había una mujer sentada en el suelo, con un libraco enorme sobre la falda. Tomaba notas, mordía el lápiz. El indio parecía no importarle lo más mínimo y con toda sinceridad a mí tampoco. En un momento levantó la vista, cerró el libro, se llevó las manos a la melena, se desperezó como el placer matinal de un sueño exquisito. Me miró, sonrió y se fue. Hice lo mismo.

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Clase otra vez y Manhattan exquisita. Apenas he visitado los museos. No me interesan. A las cinco y media, después de recibir el cheque por una hora y media de conversación, me fui a la sección revistas.


1. The Atlantic: el tema de portada pregunta si Google nos está haciendo estúpidos. En inglés lo hace con un juego de palabras "Is Google Making Us Stoopid?" El autor del artículo dice que la herramienta está cableando nuestros circuitos neuronales del mismo modo en que la electricidad cableó en su tiempo el circuito eléctrico del planeta.

2. Lapham's Quarterly: trae, entre muchos, un documento sobre derechos de los animales. Presenta a Hitler como promotor tenaz de la condena contra el maltrato animal. Dice que el régimen nazi condenó como ciencia judía el uso de animales para experimentos. De allí la política posterior: en vez de experimentar con perros y gatos, comenzaron a hacerlo con judíos y gitanos.

3. The Believer: La escritora Zadie Smith explica qué es lo que hace cuando escribe, o mejor, cómo lo hace. En una curiosa mueca a la diversidad, alguien dejó en el mismo estante dos revistas de muchachitas adolescentes: en una aparece Hannah Montana y en la otra Taylor Swift.

4. Forbes: Le saca la lengua al resto con los nuevos quinientos más ricos del planeta. Mientras hojeaba la revista, examiné mis bolsillos. Decidí, por salud, abstenerme de esa riqueza.

En el siguiente pasillo, Laura Leist, una señora delgada e impecable, recomienda cómo eliminar el caos "de tu casa y de tu vida". De entre los diez consejos de su libro, me asustó especialmente el número 3: purge, elimine. Si quiere ordenar, elimine, elimine.

Ya era tarde. Me vine.

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Posdata 3 de abril, 2015:


   

20.6.08

Correo sospechoso


No sé por qué en el último tiempo estoy recibiendo cartas cada vez más extrañas. La última, que sospecho me llegó por error, fue un sobre firmado por un cierto Tribunal de la Inquietud (eso dice el remitente). El documento informa que el tribunal, integrado en su totalidad por caballeros de modales higiénicos*, está teniendo serias dificultades para encontrar solución a una lista de 117 preguntas que son, subraya la carta, de la menor urgencia. Transcribo algunas:

1. Qué hace el London Bridge en el desierto de Arizona.
2. Por qué Darwin se negó a que lo sepultaran junto a Newton.
3. Qué comía Pitágoras si no comía carne.
4. "Por qué un pelo negro aparece en la cabeza justo al lado de un pelo blanco. Quién puede conocer la causa de esa diferencia." La pregunta es de Nicole Oresme, De causis mirabilium, c1370.
5. Cuál es la razón de que cuando alguien se mira en el espejo la cara se invierta de izquierda a derecha y no de arriba hacia abajo. La pregunta es de Daryn Lehoux.
6. Qué exactamente ocurrió en Santiago de Chile entre el viernes 4 de octubre y el sábado 15 octubre de 1583, descontados ambos días.
7. Qué tienen en común las calles de Kabul con las recreaciones de la toma de Valdivia en el fuerte de Corral (sur de Chile).
El tribunal refiere en la carta áridas sesiones de discusión técnica entre los jueces, sin que ninguno, a juzgar por el texto, haya siquiera atisbado indicios de solución. Naturalmente el problema, alegan los jueces, no es la respuesta a las preguntas sino a quién demonios convocar para que emita un juicio experto en cada asunto. Lo más extraño, sin embargo, es el párrafo final, donde el "cuerpo colegiado" declara que, "por respeto a la investidura de los árbitros, el tribunal se excusará solemnemente de aceptar cualquier opinión que no sea estrictamente la de sus miembros".

TTI/PG sec
Campus Ivory Tower, Inc

[*] La carta incluye dos recortes anexos de un cuaderno privado identificado con las letras SS. El primer recorte, "Su Señoría" refiere que el tribunal ha resistido heroicamente los intentos sediciosos de incluir entre sus miembros a gente del populacho. En el segundo, se describe que "la línea de resistencia de los magistrados ha logrado poner a raya los peligros de contaminación por ignorancia y mantener así sana y salva la higiene de los veredictos".